es
Reflexión
Original
Anti-Capitalismo
Anti-Heteropatriarcado
Piedras del hambre
AN Original
2022-10-03
Por Verónica Córdova

Hace muchos años, una amiga me dijo que era totalmente irresponsable tener hijos en esta época, porque esos niños tendrán que vivir en un mundo sin agua. Su hijo es hoy unos meses menor que mi hija.

Los expertos en clima nos dicen que para cuando nuestros hijos tengan la edad que nosotras tenemos ahora, casi todos los picos de la cordillera andina podrán haberse derretido. Que el lago Titicaca podrá haber bajado su nivel al punto de dividirse en tres pequeñas lagunas. La ciudad de La Paz podría enfrentar una aguda crisis por falta de agua potable, mientras que en el norte y el este de Bolivia el cambio en los patrones de lluvia generaría sequía en el invierno e inundaciones en el verano, destruyendo las selvas y convirtiéndolas en desiertos. En la época en que nacieron nuestros hijos llamábamos Cambio Climático a la causa de estos angustiantes pronósticos. Ahora los científicos la denominan Emergencia Climática. Ese simple ajuste en el nombre ya debería estremecernos.

En 2018, la adolescente sueca Greta Thunberg dejó de asistir a clases cada viernes para manifestarse en solitario demandando la acción de su gobierno contra el cambio climático. Tenía la edad que mi hija tiene ahora cuando empezó un movimiento juvenil mundial de lucha por el futuro del planeta, que es en realidad por su futuro y el de todas nuestras guaguas. A veces parece que olvidamos que el planeta nos antecede por millones de años y así como ha sobrevivido todo tipo de cataclismos, seguramente sobrevivirá los cambios en el equilibrio de los ecosistemas que estamos provocando nosotros. Los que muy probablemente no los sobrevivamos somos los humanos. Y serán nuestros hijos y nietos quienes sufran las consecuencias sociales y económicas de los desastres que estamos empezando a experimentar ahora y, de acuerdo con los científicos, no harán más que agravarse en las próximas décadas.

Esta semana un invierno muy crudo nos dejó, acompañado de un bellísimo arcoíris circular alrededor del sol que no faltó quien viera como un mal presagio. En el hemisferio norte se terminó uno de los veranos más calientes desde que se registran las temperaturas para futura referencia. El insoportable calor estuvo acompañado en Europa de una intensa sequía, que disminuyó el caudal de los ríos dejando al descubierto varias piedras del hambre: mensajes grabados en rocas que solo son visibles cuando el nivel del río baja lo suficiente para presagiar miseria. Una de ellas reza: Si puedes verme, llora.

No puedo dejar de imaginar a los antiguos habitantes de esas zonas ribereñas, agobiados por el hambre, pero todavía con fuerzas para esculpir en la roca una advertencia ominosa para las generaciones futuras. No puedo dejar de pensar en mi hija cuando tenga la edad que yo tengo ahora. No puedo dejar de recordar las palabras de una de las responsables del Acuerdo de París, Christiana Figueres:

Cuando nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos nos miren a los ojos y nos pregunten “¿Qué hicieron ustedes?”, nuestra respuesta no puede ser “hicimos lo mejor que pudimos”. Tiene que ser más que eso. Hay solo una respuesta correcta a esa pregunta: “Hicimos todo lo que tenía que hacerse”.

En el espacio entre esas dos respuestas está el destino de nuestra especie.