es
Reflexión
Anti-Heteropatriarcado
El verano también es nuestro –y de mi vestido–
lamarea
2022-08-07
Por Ana Veiga
  • “Ocupamos espacios públicos como la playa porque las personas gordas existimos pero no porque sea fácil ocuparlos. En muchas ocasiones, requiere una gran dosis de valentía derribar los muros de inseguridades que se han construido con las piedras que nos han ido tirando durante nuestra vida”, escribe Ana Veiga.
     

Imagen de la campaña de verano del Ministerio de Igualdad.


Es curioso cómo cambia el verano cuando cambia tu percepción. Siempre he sido una niña gorda; al menos, en mi cabeza. Desde que tengo uso de razón, mi relación con la comida ha sido siempre ‘mejorable’ –usaré un adjetivo que me reste culpa aunque la destile entre las rendijas de cada letra–. O comía mucho –hoy sé que por ansiedad– o escupía cada cosa que comía –por lo mismo–, y la presión del entorno no ayudaba.

Me recuerdo tratando de ponerme una chaqueta larga o alguna camiseta floja porque te queda mejor así, es mejor que no te ciña, me decían día sí, día también. A la vez, me ofrecían repetir el plato, tomar postre, otro postre, la merienda, ¿seguro que no quieres cenar un bocata? Y creo que mi mente infantil se colapsaba al sopesar las opciones incoherentes entre sí. No comas mucho pero ¿no te ha gustado, no te lo acabas? Al final todas las comidas y meriendas terminaban con la culpa, que alcanzaba su culmen el día que me iba a probar bañadores.

Mentiría si dijera que ir a la playa con amigas esbeltas y guapísimas –que, sin esfuerzo, estaban en un peso ideal para la sociedad heteropatriarcal– no aumentaba la presión. Más aún cuando los chicos aparecieron en escena e ir a la playa era una especie de zona de ligue indirecto donde a más miradas recibías, más valorada eras. Ay, la aprobación masculina; me generaba la misma incomodidad que esperar los resultados de unos análisis médicos cuando te encuentras mal. Sabes –intuyes– que algo malo saldrá de ahí.

Empecé a considerarme poco válida cuando esas miradas venían con cierto desdén, con un juicio desde arriba por parte de quien las emitía –aunque en muchas ocasiones esa persona tampoco fuera la representación física de esos cánones tan perseguidos–. Cuando eres pequeña, no es desdén sino pena; pobrecita, con lo guapa que PODRÍA ser. En la adolescencia, llega esa superioridad de quien las emite, una especie de no se esfuerza lo suficiente. Al pasar esa franja de edad y entrar en la edad adulta, las miradas no cesan pero, simplemente, tratas de rodearte de quien te valora más allá de la talla que uses. Funciona durante un tiempo. Después, acabas compartiendo espacios con personas que no has escogido –ya sea en el trabajo, de fiesta o en la playa– y vuelves a sentirte tan pequeña como cuando merendabas.

Ayer, sin embargo, fui a comprar ropa. Me probé un vestido precioso que, claramente, me marcaba más de lo que nunca hubiera imaginado. Y, por primera vez, me acepté. Mentiría si dijera que esto solo fue temporal, que es probable que cuando lo lleve a algún concierto o cena, me asalte la inseguridad y las dudas me aprieten las muñecas con un ¿estás segura de que te vas a poner a eso? Pero ayer me lo puse. Y me gusté. Y sin querer me acordé de una conocida que lucía orgullosa sus curvas en medio de un concierto del Orgullo hace unas semanas, de la profesora de yoga Jessamyn Stanley, que, con sus kilos envueltos en licra, presumía de elasticidad en una campaña publicitaria, de Carolina Iglesias y Lala Chus en el podcast Estirando el chicle y de tantas otras mujeres poderosas que he ido viendo, en las redes y en la vida más allá de las pantallas. Y me di cuenta de que, a pesar de que ya no soy ninguna niña, los referentes nos marcan, a cualquier edad.

Esta mañana he abierto el ordenador y me he encontrado con la campaña del Ministerio de Igualdad que reivindica la diversidad corporal con un ‘el verano también es nuestro’. Debajo, en comentarios, gente que se ríe de lo poco necesario o de lo absurdo de la campaña porque ‘es algo que ya pasa’. Así que con mi vestido ceñido apretando los muslos os digo que pasa pero porque las personas que van a la playa a pesar de no ser posibles protagonistas de una campaña de Women Secret rompen muchas barreras construidas por las piedras de traumas e inseguridades que tantas otras personas les han ido tirando a lo largo de su vida. Es decir, a pesar de su lucha interior y de sentir que no deben ocupar esos espacios porque hay quien no desea mirarlas, acaban por escuchar su deseo interno de disfrutar. Bravo por vosotras y vosotros.

Así que sí, pasa, vamos a la playa, a la piscina y de vacaciones porque existimos; no porque sea sencillo ocupar los espacios públicos donde muchas personas exponen su gordofobia sin reparos.

Si con esta campaña derribamos un poco ese muro, si hacemos un poco más fácil que todos y todas tengamos referentes diversos en la cabeza, si hace que una sola niña sienta que tiene derecho a existir sin que su mera existencia se considere apología de nada, ya habrá merecido la pena.



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