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Reflexión
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Anti-Capitalismo
Anti-Heteropatriarcado
Momentos de cambio en América Latina
AN Original
2022-06-28
Por Pablo Anzalone

Las actuales confrontaciones electorales en Brasil y Colombia abren la posibilidad de una inflexión importante en la situación latinoamericana. Son dos países de gran trascendencia regional e internacional. El triunfo de Lula frente a la ultraderecha nucleada en torno a Bolsonaro enfrenta todavía ingerencias antidemocráticas de las FFAA en los procesos electorales e incluso intentos golpistas. Como demostraron el impeachment contra Dilma y la prisión de Lula, los poderes reaccionarios tienen una gran influencia institucional y su penetración a nivel social, cultural y religioso aumentó.

Gustavo Petro y Francia Marquez representan una oportunidad histórica de cambio en una sociedad marcada por la guerra social y la violencia, donde el asesinato de liderazgos populares continua hasta el día de hoy. Esa acumulación electoral tiene sus raíces en los levantamientos populares de los últimos años y en especial lo que Luis Carlos Castillo llama “levantamiento de la pobrecía” en 2021.
Estas batallas se suman al triunfo de Boric en Chile, la derrota del golpe en Bolivia y el nuevo gobierno del MAS. Un poco más atrás Lopez Obrador en México y Alberto Fernández en Argentina evidenciaron que los progresismos seguían siendo alternativas en el continente.

La inflexión actual tendrá un gran impacto regional y también efectos en un panorama mundial donde la guerra y el armamentismo, las desigualdades, el sufrimiento social y la crisis ambiental se incrementan. Los liderazgos de Lula y de Chavez, con la incidencia de los Kichner, Morales, Vazquez y Mujica, demostraron en el pasado su capacidad de incidencia internacional.

La poderosa ofensiva derechista de los últimos años no ha logrado estabilizar una nueva situación latinoamericana. Los fascismos sociales y culturales crecieron pero no consiguieron una nueva hegemonía. Las luchas populares en todo el continente muestran un panorama de resistencias múltiples y de confrontación de proyectos societarios. 

Al mismo tiempo los nuevos gobiernos progresistas enfrentan muchos de los dilemas, las encrucijadas, las debilidades y las contradicciones de sus antecesores a comienzos del siglo XXI.

Los gobiernos de izquierda latinoamericanos del siglo XXI constituyen un fenómeno sin precedentes para el continente. Toda la historia latinoamericana y del Caribe ha estado marcada por los autoritarismos. La masacre de pueblos indígenas, la esclavitud de millones de personas, el colonialismo y el terrorismo de las dictaduras militares fueron expresiones de sistemas de opresión profundamente arraigados.

La democratización de la sociedad y el Estado son el nudo central de los procesos latinoamericanos y desde allí es necesario analizar los procesos de las últimas décadas. Sería miope no aprender de las experiencias anteriores. Cuando Rita Segato afirmó en el Foro Mundial del Pensamiento Crítico (2018) que las fuerzas progresistas fueron derrotadas en la región porque apostaron todo al Estado (del cual controlaban solo el gobierno y hasta cierto punto) mientras la derecha ganó terreno en la sociedad, está haciendo un cuestionamiento muy agudo a tener en cuenta. Esta afirmación requiere investigaciones concretas, porque los procesos progresistas fueron heterogéneos con muchos actores y estrategias en países distintos durante una larga década.

Si concebimos el Estado como una relación social entre fuerzas sociales y políticas es pertinente reflexionar sobre grandes preguntas : ¿De qué manera se modificaron las reglas de juego del Estado, sus vínculos con la población, sus estructuras y funcionamiento? ¿Existió un fortalecimiento de las fuerzas sociales, la sociedad organizada y en particular los sectores populares, crecieron, aprendieron, se unieron, construyeron nuevos poderes ? ¿Qué sucedió con el bloque en el poder?

Los gobiernos progresistas lograron un descenso importante de la pobreza y la indigencia, creando una trama de protección social, mejorando las condiciones de vida y el ejercicio de derechos de amplios sectores postergados. Sin embargo el porcentaje de ingresos y patrimonio apropiados por el sector mas concentrado de la riqueza no se modificó. En el período progresista ganaron espacio las políticas públicas orientadas a los derechos humanos, económicos, sociales y culturales, a la ciudadanía plena y la inclusión social. Estos modelos de crecimiento con redistribución generaron una mejora significativa de la situación social pero en muchos casos no modificaron en profundidad las estructuras que sustentan la desigualdad ni se plantearon concepciones del desarrollo que incluyeran en toda su gravedad la dimensión ambiental de la crisis.

Al mismo tiempo las “reformas progresistas” pueden ser emancipadoras y no solo paliativas de los efectos mas perversos del modelo neoliberal, pueden construirse “utopías reales” como proponía Eric Olin Wright que vayan gestando el camino hacia una sociedad diferente.

Las izquierdas latinoamericanas llegaron al gobierno en Estados llenos de selectividades, sesgos y contradicciones, como dice Juan Carlos Monedero (2019). En poco más de una década lograron iniciar cambios significativos en lo social y lo institucional, pero también dejaron en pie estructuras de poder concentrado en manos de la derecha (política, económica, mediática, militar, religiosa) y en muchas ocasiones debilitaron su vínculo con los movimientos de masas.

Los enclaves de poder concentrado operaron para desgastar y luego derrotar los gobiernos progresistas. En Brasil vimos la complicidad activa del Poder Judicial y los mecanismos de “lawfare”, así como la confluencia de mayorías parlamentarias conservadoras y corruptas, la gran prensa, algunos grupos religiosos y el Ejército que se convirtió en un factor clave del gobierno de Jair Bolsonaro. En Bolivia el Ejército y la Policía dieron un golpe de Estado junto con un levantamiento promovido por sectores racistas y conservadores.
La represión brutal a las movilizaciones populares en Ecuador, Chile, Colombia y Bolivia en 2019 es un ejemplo doloroso del carácter de clase de estos Estados, que no dudan en violar los derechos humanos y las garantías democráticas, frente a la protesta social. Al mismo tiempo no les alcanza con la represión para garantizar el orden y la estabilidad.

Para las fuerzas populares surgen escenarios complejos donde la movilización social y su articulación con las expresiones partidarias y los gobiernos es un elemento clave. No basta la decisión política de los gobernantes para cambiar estructuralmente el Estado, modificando profundamente la “selectividad” preexistente. Se necesitan nuevas correlaciones de fuerza, estructuras y prácticas democratizadoras, relaciones de poder distintas para concretar exitosamente esas transformaciones. No se trata de un acto puntual sino de un conjunto de acciones que produzcan cambios políticos y culturales duraderos, en lo institucional, en las prácticas sociales, en la subjetividad y la conciencia colectiva . Vale la pena prestar especial atención a nuevas formas de hacer política y alianzas entre fuerzas sociales y políticas como protagonistas de una mayor democratización de la sociedad y el Estado. La unidad del campo del pueblo, la diversidad de luchas que tejen redes entre sí, la radicalidad en el horizonte de transformaciones y la capacidad de construir paso a paso junto con la gente, son aspectos fundamentales para esa nueva hegemonía.

Los procesos democratizadores en múltiples campos como la salud, las relaciones laborales, la educación, el ambiente, la vida comunitaria, las relaciones de género, etnias y clases, generaron experiencias fecundas que permitieron la recuperación de la política como práctica colectiva. Esto requiere producir nuevos conocimientos, con enfoques de investigación acción participación, retomando aprendizajes de la educación popular, a Paulo Freire, Fals Borda y tantos otros.

Un desafío fundamental es modificar las relaciones de poder en cada campo de la sociedad, ampliando la cantidad de actores, haciendo oír la voz de los postergados, generando estructuras más abiertas y participativas y también construyendo prácticas sociales transformadoras, emancipadoras, libertarias, unitarias, integradoras, con arraigo en la sociedad. Democratizar la democracia como propone Boaventura de Sousa Santos.

La reinvención de la política que refiere Hernán Ouviña (2020) es un factor fundamental en una América Latina que aparece como “una inmensa escuela a cielo abierto” que resiste la explotación, la violencia y el saqueo, sin dejar de ensayar propuestas de vida digna en sus territorios.