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Reflexión
Anti-Heteropatriarcado
La herida que habla
Pikara Magazine
2024-01-13
Por Iris César Del Amo

La herida que habla es un día sí uno no everyday. Lo veo en la forma de hablar, lo veo en la relación con los demás. Yo la detecto a kilómetros y huyo: a mí tu herida no me va a dañar. Porque una herida puede sanarse, pero una herida que no sabes que te dirige es peligrosa. Una herida que habla tiene el poder de herir, de herirte a ti y de herir a las demás.


Ilustración: Jorm Sangsorn.

Cuando una persona que ha hecho terapia habla con una que no es como si utilizaran idiomas distintos. Seguramente las dos tengan buenas intenciones en las manos y en los ojos, pero el paradigma no coincide. Son puntos abismales que nunca se tocan, son dos líneas cruzadas, dos caminos que nunca se reúnen. Tú estás en una montaña y yo en otra, me encantaría que ambas pudiéramos bajar al valle. Cuando una persona que ha hecho terapia habla con una que no, la que no, siempre hablará desde la herida —la herida que no ve pero que dirigirá todas sus acciones—, mientras que la otra intentará gestionar internamente sus contradicciones, sus crujidos y su pesar para mostrar una realidad más aséptica, para no implicar su propio dolor en el vínculo, porque una herida que habla solo es el reflejo de nuestro propio dolor.

La herida todo lo interpreta: decir que cada una se cuide para, entonces, cuidar a las dos es un puñal en el pecho. Que te digan que cada persona es responsable de su bienestar se vive como una traición porque la frase se transforma en una sentencia desapegada que dice: no me importas, no te cuido, no te quiero. Desde la herida, es difícil entender unas emociones calmadas en las que tú seas responsable de ti misma, ya que nos han enseñado que los demás son los causantes de nuestras emociones y son los demás los responsables de calmarlas. Si de niñas no nos calmaron, de adultas buscaremos que nos calmen; si de niñas no nos escucharon, de adultas buscaremos que nos escuchen. Esta es una visión reduccionista, pero que solo evidencia ese gran hueco que no vemos y que intentamos llenar constantemente. Porque, cuando hay un hueco, nuestro instinto es llenarlo. Ya sea de tierra para enterrarlo, de distracciones para olvidarlo, de amores para callarlo. Un clavo no quita otro clavo, pero bien que rellena el hueco.

Una herida que habla es un dolor que grita, es un dolor que alborota, se desgañita y nos revuelve el pelo, es un dolor excavado en la tierra en el que nos escondemos y nos acurrucamos, ahí abajo, en el fondo. Desde la profundidad en la que nos vemos sepultadas, no se ve nada, no se entiende nada. Desde la herida solo escuchamos nuestro dolor y solo vemos a la otra persona que lo causa; desde la herida, solo sentimos nuestro sufrimiento, que nos hace eco, que nos hace flashback, que nos recuerda inconscientemente otros momentos en el pasado en que nos sentimos igual. Una herida que habla nos tapa las orejas, una herida que habla no nos deja ver que lo que nos ataca somos nosotras y que la realidad no es tan peligrosa, tan dañina, como a veces la hacemos. Todo lo recibimos desde lo que nos han hecho creer o lo que nos han dicho que somos o que debemos ser, escuchamos las críticas que nos han hecho antes, escuchamos los miedos que nos han dejado. Quizás la otra persona quiera cuidarte, quizás la otra persona quiera quererte. Quizás lo intente hacer lo mejor que sabe dentro de sus propias heridas. Una persona que ha hecho terapia también tiene sus propias heridas que hablan, pero las ha sanado lo suficiente como para poder escuchar.

Desde la herida solo escuchamos nuestro dolor y solo vemos a la otra persona que lo causa

Diferenciar lo que es nuestro de lo que no, saber lo que sí estamos haciendo mal de lo que la otra persona nos refleja como su herida. Me parece tan imprescindible saber identificar si lo externo es realmente dañino o si lo que nos daña es algo que nos chirría, que nos incomoda, que nos produce rechazo. No es agradable meter el dedo en la llaguita e indagar, rozar los bordes sensibles e ir más allá. Mucho más fácil buscar el daño en lo ajeno. Sanar la herida es saber identificar cuándo el estímulo es pernicioso y cuándo somos nosotras las que lo interpretamos así.

Cada una es responsable de sanar su propia herida, cada una es responsable de cubrir sus necesidades físicas y emocionales. Ni nuestra pareja ni nuestra familia ni nuestras amigas tienen la responsabilidad de suplirlas. Podemos querer hacerlo, podemos cuidar, acompañar, ayudar, escuchar, comprender, hacer un puchero o dar un masaje, pero ni es nuestra obligación ni pueden exigirnos que lo sea. El cuidado debe ser altruista, debe ser libremente dado, bajo ninguna constricción ni culpa por parte de la persona que lo da. Debemos aceptar hasta qué punto quiere o puede dar la otra persona y si ese no es un lugar en el que queramos estar, aceptar también que debemos irnos y no quedarnos y exigir que nos den más. Me gusta eso que decía Cortázar de “querer a las personas como se quiere a un gato, con su carácter y su independencia, sin intentar domarlo, sin intentar cambiarlo, dejarlo que se acerque cuando quiera, siendo feliz con su felicidad”.

Escribo esto porque a veces me entra la rabia y me entra el enfado porque la otra persona es el mal y porque es [inserte adjetivo aquí] o porque a veces me siento culpable hasta un infinito que nunca se ve. Escribo porque me duele horriblemente el pecho por el peso del que nos han responsabilizado, por todas las veces en que, en vez de gestionar sus emociones, nos han reflejado su dolor, su herida, y el daño hemos sido nosotras. Me encanta un ejercicio que hice una vez en que nos pidieron que le hiciéramos una pregunta a una de las personas del grupo. Lo que todas preguntamos nos traía de vuelta a nosotras mismas. La pregunta siempre se refiere a algo que queremos saber de nosotras, está hilado con un pensamiento incómodo, con algo que queremos desentrañar y nos hacemos un espejo en las demás. DIY y otras formas de manualidad del autoengaño. Nunca nadie se había sentido tan egocéntrica, toda la humanidad en círculo girando en torno a nuestro propio ego. No sé si decir “propio” y luego “ego” es redundante, su uso doble solo refuerza mi teoría.

Escribo porque me duele el pecho por todas las veces en que, en vez de gestionar sus emociones, nos han reflejado su dolor.

Hay que ser compasivas con la herida que habla, aunque la herida no sepa serlo con ella misma. Pero el límite. Cuando hay una herida que habla, no puede haber empatía porque están inundadas por sus propias emociones. Pienso en el padre que regaña a su criatura cuando enferma, pienso en la persona que se enfada cuando le hacen una foto y ve burla donde hay ternura.

Hay que ser compasivas pero reivindicativas. Me gustaría un mundo en que la terapia fuera de fácil acceso, me gustaría un mundo en que la terapia fuera gratuita y la salud mental, una prioridad fuera del tabú, una necesidad más para no solo dejar de estar mal para estar bien, sino para pasar de estar bien para estar mejor. Que fuera una ayuda para tener una relación más bonita con nosotras mismas y con las demás, que no solo se aprecie como la cuerda que nos saque del pozo. Que se entienda al fin que ir a terapia puede hacer que nos sintamos completas, puede llenar ese hueco inacabable, que siempre estará ahí, pero que miraremos más en la distancia o menos en la distancia a veces, pero que colmaremos nosotras mismas. Un buchito pa’ ti, un buchito pa’ mí. El pozo lleno. Me gustaría tanto que todas fuéramos empáticas para cuidarnos mutuamente desde nuestras heridas, aceptar las de quien tengamos enfrente, verlas y tratarlas con cariño, darles besitos y querernos desde ahí.



Contenido Original por Pikara Magazine