Fuego, fuego, el mundo está en llamas, fuego, fuego los Yanquis quieren fuego,cantaba Roy Brown en los años 60, ante un auge del movimiento por la independencia en Puerto Rico. Cincuenta años después, Naomi Klein habla de un mundo “en llamas”, enfatizando la necesidad “ardiente” de un Nuevo Trato Ecológico que atienda simultáneamente los desastres globales de la desigualdad social y las alteraciones climáticas. Ambos manifiestos no guardan relación directa, pero sí una conexión subyacente: el proyecto imperialista neoliberal del capitalismo ha sido el motor central de la incineración del planeta.
El archipiélago Caribeño de Puerto Rico tiene mucho que enseñarnos al respecto. Luego del huracán María en 2017, se popularizó allí el lema “la colonia es el desastre”, refutando el discurso dominante del huracán como “desastre natural”. Desde ahí, varixs autorxs proponemos hablar de un “colonialismo del desastre”, en un doble sentido. Primero, el colonialismo como “catástrofe” demográfica y ambiental para las poblaciones colonizadas, un desastre permanente que es lento e invisible, y que se hace visible de forma ‘espectacular’ con huracanes de categoría “monstruosa”, derrames de petróleo, incendios sin precedente, e incontables “zonas de sacrificio”. Segundo, el colonialismo, cual motor de los orígenes del capitalismo y su globalización, es raíz de la catástrofe climática global – un “colonialismo climático” que afecta principalmente a los territorios más explotados, los que menos han contribuido a esas alteraciones climáticas y que menos recursos tienen para responder.
Ese colonialismo del desastre se caracteriza no solo por el abandono y negligencia, sino una intencionalidad de explotar, de dejar morir y de matar: Trump lanzándonos papel toalla luego del huracán mientras la gente moría de hambre (y también, nuestro entonces gobernador, riéndole el acto); o las montañas de cenizas tóxicas dejadas al aire libre por la empresa carbonera AES, desafiando una orden del gobierno, y a sabiendas que los vientos del huracán las dispersarían en la población local, ya enferma por décadas de contaminación. La colonia es una necrópolis – dominada por la política de la muerte de la que habla Mbembe, manifestada en todo ámbito de la vida, y que hoy cobra una dimensión global articulada con las alteraciones climáticas. No es de extrañar que desde Puerto Rico surja entonces el entendimiento de que “el desastre es la colonia” y que “el virus es la colonia” --#coloniavirus (como le ha llamado Giovanni Roberto) – y que desde el sur global se hable de la “pandemia de la desigualdad”.
Cartel de evento organizado por el colectivo JunteGente. Arte de Bernat Tort.
Estas desigualdades son entre Norte y Sur, imperio y colonia, pero también entre raza, género y clase. En Puerto Rico, se habla de ‘la colonia dentro de la colonia’ o ‘el sur del sur’. Esta realidad se hizo clara después del huracán María, donde las comunidades más blancas y ricas del país, los políticos del partido en el poder, los centros comerciales, las industrias farmacéuticas y los hoteles, recibieron primero las ayudas y la electricidad; mientras en la región sur, en donde están las principales plantas generatrices de energía eléctrica, las comunidades que han sufrido décadas de contaminación de dichas plantas, esperaron largos meses por el servicio. De igual forma, a tres años del huracán, aun miles no han recibido apoyo para la reconstrucción de sus casas. En ese sentido, las injusticias ambientales del desastre colonial se unen al desastroso evento del huracán para magnificar y multiplicar las desigualdades.
Estas desigualdades se profundizan aun más ante el “capitalismo de desastre”, que se manifiesta en nuevas oportunidades de inversión para ‘reconstruir’ y especular con territorios en ruina. En el Puerto Rico post-María, el shock fue aprovechado para aprobar una ley de privatización de energía, otorgar incentivos fiscales a super-ricos y contratos multimillonarios para la ‘reconstrucción’ a empresas multinacionales y amigos, y cerrar sobre 400 escuelas públicas, entre otras. Los cambios se manejan por un “estado de excepción” permanente, enraizado en el gobierno colonial y profundizado con el neoliberalismo y la imposición de una Junta de Control Fiscal, para "acelerar" la implementación "eficiente" del "desarrollo", las medidas de austeridad y el pago de la deuda a fondos buitre.
Tomar en serio la idea de pensar desde los sures globales y sus epistemologías, en formas de descolonizar el desastre y la justicia, por mundos más equitativos y eco-lógicos, apunta a luchas que no esperan por nadie (mucho menos por el desgobierno de la colonia) para generar otras formas de vida más allá del colonialismo. Nos recuerdan el llamado del Comité Invisible que hizo hace 15 años: “Es inútil esperar, por un gran avance, por la revolución, el apocalipsis nuclear o un movimiento social….La catástrofe no viene, ya está aquí…. Es dentro de esta realidad que debemos elegir bando.” Quiero resaltar tres elementos entrelazados de esas prácticas descolonizadoras y comunizadoras en Puerto Rico.
Política interseccional de la vida: La “síntesis interseccional” feminista, anti-racista y decolonial se ha convertido en estrategia de convergencia esencial para luchas sociales en Puerto Rico. Estas luchas rechazan la política de muerte de la colonia y sus estructuras racistas y patriarcales, y que entrelazan así luchas contra la deuda, el racismo, la violencia de género, y las energías fósiles y su “esclavitud energética”, por el derecho a la vivienda y una “recuperación justa” post-María, y por “comida pa’ los pobres” durante la pandemia. En vez de estar “abierto a los negocios”, como descaradamente ha mercadeado el gobierno luego de María y durante la pandemia del Covid, vislumbran un Puerto Rico “abierto a la justicia”. Ante la desesperanza del presente-pasado, estos proyectos defienden la vida y a su vez experimentan con nuevas formas de re-existir ‘en común’, una prefiguración del presente-futuro que se convierte, como diría el Subcomandante Marcos, en “puente y piedra y maíz y árbol y esperanza del mañana”.
Autogestión/Ayuda mutua: Ante la jerarquía y el control de los medios de producción y reproducción, ante las estructuras de dependencia política y económica, manipulación e imposición, que fuerzan a las personas a ‘trabajar en lo que los mata’, proyectos emergentes proponen la autogestión sobre la reproducción de la vida, basados en los principios de comunalidad, solidaridad, autogobierno democrático, autosuficiencia, y economía social. Son proyectos que buscan desarrollar “voz propia” e “iniciativas propias”, partiendo de la premisa de que la economía es un aspecto fundamental en la configuración de la acción social, permitiendo la autosuficiencia y, por tanto, la independencia y la autodeterminación.
Praxis de las soberanías múltiples: En estos proyectos, la autogestión no es mera sobrevivencia o economía sino formas de florecer y re-existir, desde abajo. Buscan desmantelar la matriz colonial en la práctica, generando nuevos sentidos comunes más allá del conocimiento técnico de expertos en ‘desastrología’ y ‘resiliencia’ y construyendo múltiples soberanías más allá del espacio colonial de la nación-estado: soberanía alimentaria, energética, territorial, comunitaria, económica, cultural, espiritual, buscando desvincularse de las garras materiales e ideológicas del colonialismo. Es una ruptura con el “chantaje colonial” – la idea de que somos demasiado pobres e ineptos para poder autogobernarnos. Proyectos que tienen claro que cultivar comida y conocimiento de nuestra tierra en colectivo es un “poder popular” que ha roto ese chantaje, y que ser autosuficientes energéticamente es un paso hacia la independencia. Que parten del entendido que “la comunidad es la patria” y la gestión comunitaria los deberes y derechos ejercidos en la búsqueda de una sociedad más justa y más harmónica, como expresa Casa Pueblo. Proyectos que vislumbran que con esa práctica se crea no solo una nueva razón (un nuevo sentido común) sino un nuevo “espíritu” soberano que cree en que puede hacerse cargo de la propia gobernanza y el futuro, en un contexto donde nunca hemos gobernado, donde nos han dicho siempre que ‘no podemos’ hacerlo. De ahí el énfasis en autogobierno y en que “solo el pueblo salva al pueblo”, y en demostrar con actos, lo que es posible lograr, como pueblos empoderados y liberados: cultivar nuestros propios alimentos, producir nuestra propia energía, tomar nuestras propias decisiones, colectivamente, por el bien común.
Gustavo García-López es Investigador del CES, y nativo del archipiélago caribeño de Puerto Rico (Borikén). Su trabajo de investigación-acción, con un enfoque en la intersección de la ecología y la política, se centra en iniciativas colectivas que adelantan transformaciones hacia mundos más justos y sostenibles. Es miembro co-fundador del colectivo JunteGente, un espacio de encuentros de organizaciones contra el capitalismo de desastre y por otro Puerto Rico posible; y del colectivo editorial del blod Undisciplined Environments.