Los pueblos originarios pueden ser concebidos de múltiples y diversas formas. Todas ellas deberían tener presente la inagotable heterogeneidad y riqueza que dentro y entre estos pueblos existe. En estas líneas haré referencia a los sujetos sociales que se autodefinen como «pueblos originarios» del Abya Yala y que -frecuentemente- son considerados también como «pueblos indígenas».
En este espacio -sin pretensiones conclusivas- presento una serie de ideas/semillas que buscan enfatizar la importancia de considerar a estos pueblos en toda su complejidad; criticar algunas dinámicas que suelen simplificarles y oprimirles; y resaltar la importancia de considerar realidades como las suyas al pensar y proponer soluciones frente a la realidad que enfrentamos como humanidad porque, aunque parecemos no comprenderlo, su bienestar es también el nuestro.
Desde hace varios años los pueblos originarios del Abya Yala señalan que los pueblos originarios han vivido una «larga noche» de -al menos- 500 años. Toman como punto de partida la invasión y conquista europeas. Un hecho histórico que sólo desde una posición centrada en Europa puede ser nombrado como «descubrimiento»; encubriendo el proceso aniquilador de civilizaciones que derivó de esa llegada.
A partir de ese momento -sin desconocer las violencias y tensiones previas a esa invasión- estos pueblos han sido sujetos a una serie continua de opresiones que han variado con el paso del tiempo, dependiendo de los distintos contextos en los que se encuentran, y que provienen de distintas escalas. Opresiones viejas y opresiones nuevas que forman una continuidad ininterrumpida, sostenida a pesar del cambio «de épocas», de gobiernos estatales que se han asumido de muchas formas y, sin embargo, no dejan de reducirles a lo que más les convenga, a construirles como un problema, y negarles su autonomía y derecho a ser los dirigentes de su propia historia.
No obstante, también hay continuidad en las resistencias. Éstas no han dejado de nacer y crecer. Se han adaptado frente a nuevos y viejos ataques a la vida. La re-existencia se sigue afirmando día tras día. Aunque hay vida más allá de la resistencia.
Teniendo presente esta dinámica hay que decir muchas de las propuestas que se han generado para responder a la riqueza de los pueblos originarios no han sido suficientes para asegurar el respeto profundo a sus existencias. Piénsese en las propuestas dominantes desarrolladas desde el multiculturalismo, en cuanto reconocimiento positivo de la pluralidad y diversidad culturales. Éstas, por sí solas, no bastan. E incluso pueden ser una parte importante del problema; porque -como lo indica Claudia Zapata- no han sido suficientes para contrarrestar las opresiones a las que estos pueblos son sujetos constantemente, ni para mejorar sustancialmente su calidad de vida. Como lo ha advertido Mariana Yumbai, ni siquiera un reconocimiento amplio como el contenido en una constitución como la ecuatoriana, ha alcanzado a detener las dinámicas opresivas que impactan cotidianamente a estos pueblos; el extractivismo sería una muestra de ello.
Añadamos a eso que parecería que muchas personas y pueblos originarios nos interpelan diciéndonos: «no somos sus indígenas». Afirmación que busca combatir esa voluntad de reducirles y simplificarles. Ya sea como fuentes inagotables de «lo bueno» o de «lo malo», según nuestros criterios. Contrario a eso, habría que respetar y defender su «derecho a la complejidad». Estemos más allá de la dinámica del «indio permitido» (Charles Hale).
Esto impacta también en las propuestas y reflexiones sobre los derechos humanos. Tanto porque ese «indio permitido» suele ser aquel nivel de humanidad que se reconoce y acepta dentro del sistema social en el que vivimos, como porque, como señala Brisna Caxaj, también hay «derechos permitidos» a los pueblos originarios. Se les reconoce como diversos, se reconocen sus derechos culturales, pero cuando se trata del ejercicio de su autonomía, de su autodeterminación económica y política, ese reconocimiento no funciona; por el contrario, parecen activarse los «derechos no-permitidos».
Es fundamental que quien busque apoyar con sus reflexiones a los pueblos originarios considere que sexo, raza, y clase articulan muchas de las opresiones mencionadas anteriormente. Muchas personas y pueblos originarios constantemente hacen frente y reflexionan ante opresiones de carácter hetero-patriarcal, racista, colonial y capitalista casi siempre entrelazadas y que permiten jerarquizaciones injustas entre seres humanos diversos.
El proyecto de civilización occidental hegemónico ha tenido un rol central en producir y reproducir estas opresiones; porque de ello depende su éxito y mantenimiento como régimen civilizatorio prevalente. Ese proyecto no se reduce a los países del Norte Global pues como lo indica Boaventura de Sousa Santos, hay un «Norte» dentro de todo «Sur», y hay también colonialismo interno, como lo recuerda Pablo González Casanova. Debe romperse con ese etnocentrismo, debemos multiplicar los centros de nuestras reflexiones y acciones (Mbembe). Hay que provincializar y redimensionar Occidente para que esta configuración vigente e injusta del mundo no pueda mantenerse.
En este proceso, resulta central un pensamiento alternativo de las alternativas. Pensamiento que nace y se reproduce de la mano de lo cotidiano, de las acciones concretas del día a día (Silvia Rivera Cusicanqui). Allí, el pensamiento y acción de muchos pueblos originarios es determinante. Como lo han indicado Gladys Tzul Tzul y Yásnaya Aguilar, la vida comunitaria tiene mucho por enseñarnos. Los pueblos originarios, ante múltiples situaciones, se han organizado, han creado vida más allá de nuestros cánones, y resistido muchas veces incluso ante la ausencia, negligencia o violencia de múltiples actores sociales.
Sentipensando en todo lo anterior, esbozo un principio que busca sostener que existe un vínculo entre las realidades que consideramos como «centro» de nuestras reflexiones, diagnósticos y propuestas; y las posibilidades emancipatorias que éstas pueden tener: Mientras mayor sea la exclusión y/u opresión consideradas, mayores serán las posibilidades contra-hegemónicas y emancipatorias de aquello que se propone. Por el contrario, mientras menor sea la exclusión y/u opresión consideradas, menores serán las posibilidades emancipatorias y contra-hegemónicas de lo propuesto. Esto implica que las propuestas que se generan frente a los problemas que enfrentamos como humanidad, dependen en gran medida de la realidad donde coloquemos el «centro» desde el cual parten nuestras reflexiones y acciones.
Las ideas que se piensan conforme ciertas realidades más privilegiadas pueden no ser útiles para todos los seres humanos. Sobre todo, aquellos cuyas realidades no fueron consideradas seriamente en la generación de las interpretaciones dominantes del mundo y de las alternativas posibles ante los problemas que existen. Esto significa, por ejemplo, que si lo que se persigue es la inclusión o el respeto de la autonomía habrá que considerar desde dónde se piensan tanto la «inclusión» como la «autonomía». Puede ser que la inclusión imaginada considerando el proyecto occidental dominante como centro, no sea suficiente para incluir otras realidades; y que lo que desde un centro privilegiado pueda considerarse como un «hito de autonomía» desde realidades subalternizadas se viva, incluso, como un «hito de opresión».
Por ello un pensamiento que busca contribuir a fines emancipatorios debería partir de la consideración de la realidad de las personas más oprimidas -según cada contexto- sin aceptar caer en la «olimpiada de las opresiones». Si la realidad de esas personas mejorase, si las opresiones y exclusiones abismales (B. Santos) en su contra cesasen, las cosas mejorarían para la humanidad en su conjunto, y no sólo para una parte de ella.
En esa tarea, aprendamos de los pueblos originarios organizados y en lucha que no han dejado de hacer frente a esa triada de opresiones sistémicas y estructurales. Son una fuente valiosísima de experiencia y conocimiento. Tenemos mucho que aprender de ellos. El planeta que nos permite vivir ya no resiste nuestra forma (in)civilizada de vida. Vivimos a costa de mucha muerte.
Pongamos en frente la vida, replanteemos nuestros «centros». Dejemos de lado nuestra arrogancia. Dejemos de ser esos «hermanos menores» a los que el pueblo Kogui lleva al menos 30 años advirtiendo que caminamos hacia la muerte. Con pandemias o no, las de los pueblos originarios en Abya Yala siguen siendo un reservorio de la posibilidad de «otros mundos posibles», ¿estaremos a la altura para ser parte de las soluciones, o seguiremos siendo parte de los problemas?