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Reflexión
Original
Anti-Capitalismo
Anticolonialismo
Anti-Heteropatriarcado
Infodemia
AN Original
2020-04-01
Por Jesús Sabariego

El software es desde hace tiempo más importante que la ley. Digamos que es el software el que establece hoy la incapacidad de la legalidad vigente en muchos sentidos, sancionando nuestras relaciones sociales y nuestro comportamiento, de modo tal que hoy resulta poco operativa la distinción on/off line o digital/analógico si se quiere. Ambas están profundamente imbricadas, tanto que los segundos términos de estas dicotomías están siendo subsumidos por los primeros, haciendo que su dialéctica resulte tan artificiosa como inoperante, algo que puede seguirse en la relación entre tecnología y política también, la llamada tecnopolítica.

Image by Gerd Altmann 

La disrupción digital (Precarious Rhapsody, Franco Bifo Berardi, 2009) no es sino la constatación de la permanencia de la excepcionalidad, que aniquila cualquier idea de una transición sin sobresaltos. Estamos permanentemente conectados, lo queramos o no, digitalizados. Hemos devenido nuestro propio panóptico  (Psicopolítica, Byung Chul-Han, 2018), y el de los otros. De manera consciente y deliberada hemos entregado a la máquina nuestras pulsiones más íntimas, nuestros miedos y deseos, nuestra soberanía, lo que torna obsoleta cualquier reflexión que no tenga esta dimensión, digamos interseccional, en cuenta.

El grave problema para la democracia (representativa liberal) es que el software que comanda nuestras vidas y a través del cual nos realizamos -la confección de este texto, por ejemplo-, no se basa en un sistema de código abierto y transparente, como al que se apela cuando se fabula sobre el origen mítico de Internet como objeto cultural, como sistema de objetos y procesos que caracteriza un modo de producción particular (La naturaleza del espacio, Milton Santos, 2000) y a quienes accionamos estos y padecemos su acción simultáneamente, aunque se sustente sobre uno que sí lo es.

Los algoritmos del principal motor de búsqueda del planeta y los de los hilos de contenido de las principales así llamadas redes sociales –propiedad de corporaciones privadas en manos de un puñado de personas, hombres blancos, que se cuentan entre las primeras empresas en capitalización bursátil y beneficios del mundo-  son secretos y están custodiados férreamente, no han podido ser hackeados hasta ahora.

Paradójicamente, el código se opera sobre un soporte (Linux/Apache) libre y abierto, del que estas corporaciones se han apropiado estableciendo un enclosure, un cercamiento, reforzado progresivamente con las actuales pugnas por la llamada soberanía (digital) y el surgimiento de vallas y fronteras por una Internet nacional-estatal, ya regulada en el ámbito legal (e.g. Ley de soberanía digital, de Rusia), de manera un tanto ufana, si al menos a día de hoy, esa soberanía continua necesitando a los dos sistemas operativos hegemónicos.

Pero desde el final de 2019, las jerarquías que establece el imperio global a través de esta biopsicopolítica tecnologizada, se están poniendo a prueba con la declarada nueva pandemia, que llega como un nuevo biopoder aleatorio, impredecible y azaroso sobre los poderes establecidos, democratizando (pan-demos) aparentemente su contingencia sobre la máquina-mercadotécnica-financiera-capitalista-heteropatriarcal que coloniza nuestras vidas, atizando la búsqueda de coartadas, culpables y enemigos, de nuevas y profundas divisiones y jerarquías ante la enfermedad, narradas bélicamente a golpe de hashtag en los medios como si de una guerra se tratase. Una guerra que tiene por campos de batalla los cuerpos: Inmunitas vs. communitas.

La vuelta a una supuesta normalidad –que no es otra que la que nos ha traído la pandemia- pauta la actual redefinición ¿poscolonial? digital global de la comunidad en clave inmunitaria capitalista y heteropatriarcal, reforzando -más allá de las últimas tesis sobre el asunto como jaque al capitalismo, defendidas por Giorgio Agambem o Slavoj Zizek entre otros-, los recientes relatos frente al extranjero, al bárbaro, desde el turismo low cost a la crisis de los refugiados y los migrados (La frontera como método, Sandro Mezzadra, 2017) -ya confinados sine die-, de los que prácticamente nadie habla frente a la transparencia en los datos relacionados con la pandemia, atrapados como estamos en los constantes filtros de la burbuja infodémica, que erosionan inmunitariamente una idea de comunidad (Communitas, Roberto Esposito, 2003), anudada a las medidas de choque (neoliberales) y su desdoble punitivo, de restricción o suspensión ¿excepcional? de derechos y libertades, coerción, confinamiento, libertad de movimiento y consecuente sobreexposición a la máquina de guerra contra el virus en esta clausura, del teletrabajo al ocio y la educación pasando por las relaciones e interacciones sociales (economía de la atención) (Comerciantes de atención, Tim Wu, 2017) y los trastornos de todo tipo y problemas de salud que ello genera, mostrando que el confinamiento es un privilegio atravesado por la raza, la clase y el género.

Digamos que el virus, antes que una anomalía, es la consecuencia racional del mundo que habitamos, puede inscribirse perfectamente como telos del neoliberalismo triunfante, del que funciona como un acelerador. Es sintomático que se cebe globalmente sobre los cuerpos, que se confine estos y se los distancie, al tiempo que se los clausura en el espacio de los cuidados, se multiplica exponencialmente la atención a Internet. Por más que el relato dominante lo sitúe en un intento de naturalización en el campo de lo impredecible, incluso en la casuística de los partes de guerra en la lucha sin cuartel contra aquel.

La infodemia satura este contexto, filtrando en su burbuja el papel estratégico que están teniendo lo público y lo común (Cuidado, comunidad y común, Cristina Vega Solís, 2018), especialmente en el ámbito de los sistemas de salud, el trabajo de cuidados no asalariado ni reconocido que sostiene la vida (Revolución en punto cero, Silvia Federici, 2013) y para cuya garantía no hay medidas de choque económico, la violencia de género en el ámbito doméstico en la ¿excepcionalidad? del confinamiento para detener la pandemia.

Al mismo tiempo, como anticuerpos, están surgiendo innumerables iniciativas ciudadanas que se apropian de esta lógica para generar lo que podríamos calificar de nuevos comunes digitales en un movimiento global cooperativo, horizontal y corresponsable de marcada incidencia local obviamente, que hackea el sentido inmunitario dominante que ha fagocitado la idea de comunidad, un sentido inmunitario también acelerado (infodemia), pero que ya estaba presente en las recientes derivas autoritarias en estos últimos años, principalmente sobre quienes más están padeciendo la pandemia más allá de la geografía de esta, y sobre los que ni siquiera existen estadísticas, el Sur global, el Sur global en el Norte. Esas apropiaciones, o el surgimiento de movimientos y protestas sociales globales verticales en las fachadas y balcones de los edificios de innumerables ciudades en todo el mundo, aún muy centrados en muchos casos en la crítica a la gestión gubernamental de la pandemia, han acabado viralizándose contra-hegemónicamente como alternativa a la imposición de la distancia social y el aislamiento y quizá supongan una posibilidad de escape a las narrativas hegemónicas que abran espacios de emancipación comunitarios una vez que aquellos acaben.


Jesús Sabariego. Licenciado en Historia. Doctor en Derechos Humanos y Desarrollo. #Technopolitics #RecentGlobalSocialMovements
Twitter: @bit_nik