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Reflexión
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Del tabú del silencio a la responsabilidad del cuidado
Pikara
2023-05-08
Por Marta Plaza

Los medios de comunicación cada vez tratan más la salud mental y algunos tabús empiezan a romperse. El del suicidio es uno de ellos y conviene tener en cuenta algunas pautas a la hora de tratar el tema, como evitar exigir pedir ayuda profesional cuando se tienen ideas suicidas o pensar que solo pueden tratar el tema expertos profesionales.


Ilustración: Carol Caicedo.

En los últimos años hemos visto grandes cambios en el tratamiento que los medios de comunicación hacen de la salud mental. De hecho, no solo en el ámbito informativo: parece que también como sociedad empezamos a superar algunos tabús y silencios que han hecho demasiado daño y que llevan décadas obligando a esconder diagnósticos, psicofármacos, emociones y conductas fuera de la norma para intentar esquivar la sanción social que implica estar más cerca de la locura que de la cordura.

Este camino hacia una supuesta aceptación del sufrimiento psíquico no está, sin embargo, exento de contradicciones y problemas. Sobre esto intentaré reflexionar en este texto, no tanto indicando el camino a seguir (pues este está por construir desde la reflexión y acción colectiva) sino aportando algo de contexto y compartiendo dudas, preocupaciones e ideas que podrían sumar positivamente.

De Werther a Papageno
El suicidio es uno de los temas sobre los que históricamente ha pesado más fuerte el silencio. Se decía que esta era la actitud responsable ante el miedo al posible contagio (efecto Werther) en la población. La referencia a Werther se ubica en el supuesto efecto imitativo que tuvo el suicidio del protagonista de la novela Las penas del joven Werther, publicada en 1774. Esta posibilidad de “contagio” también se ha barajado al reducir a modas reforzadas teóricamente por las redes sociales problemas como las autolesiones, especialmente en adolescentes (a quienes desde el mundo adulto se considera más influenciables y con más necesidad de recibir protección en ese sentido). Pero ¿es el silencio y el tabú una protección?

Desde hace años el parche del silenciamiento ha sido problematizado. Silenciar los suicidios conlleva, por un lado no poner el foco en muchas de las causas que provocan tal sufrimiento: capacitismo, gordofobia, lgtbfobia o racismo que sufre toda la población y también especialmente las  criaturas en muchos colegios y barrios sin que ninguna institución les proteja (el acoso tránsfobo en particular lleva años poniendo en riesgo el vínculo vital de infancias, adolescencias y también muchas adultas). El silenciamiento impide ver también cómo precariedades y explotación económica en trabajos donde los derechos laborales son una quimera o el incumplimiento de nuestro derecho constitucional a vivienda digna que sigue traduciéndose en desahucios son el trasfondo social que nutre muchos sufrimientos, suicidios e intentos autolíticos.

Se empieza a hablar además del efecto Papageno, el efecto protector que tiene informar de forma responsable sobre estos temas, facilitando que tanto el duelo por la pérdida de un vínculo cercano como la propia convivencia con ideas suicidas tengan canales donde verbalizarse, acompañarse y poder encontrar también herramientas y apoyo para lidiar con las dificultades que estén suponiendo. El nombre Papageno que recibe este efecto preventivo bebe precisamente de esa idea del apoyo recibido al compartir la dificultad: es el nombre del protagonista de la ópera La flauta mágica que supera sus ideaciones suicidas gracias a las conversaciones y el apoyo de otros personajes de la obra.

Sobre estas corrientes contrapuestas a la hora de pensar en cómo comunicar (o no hacerlo) el suicidio hay muchas investigaciones y estudios, algunos recientes y en nuestro territorio, como “El efecto Papageno: una revisión de alcance”, de la enfermera Lucía Santonja (diciembre de 2022, Revista Española de Enfermería en Salud Mental). De especial interés para ampliar información me parece el artículo “Red de silencios. Sobre el suicidio en medios y planes de prevención: estudios y propuestas para cambiar el paradigma actual” que puede leerse en la web con perspectiva crítica en salud mental Mad in (s)Pain: locura, comunidad y derechos humanos.

La OMS, dentro de su línea de acción sobre prevención del suicidio (recogiendo buenas prácticas en publicaciones como “Vivir la vida. Guía de aplicación para la prevención del suicidio en los países”) lleva años haciendo propuestas para orientar a la hora de informar sobre el suicidio. Su guía “Preventing suicide. A resource for media professionals”, de 2017, incluía estas pautas:

  • No situar las noticias sobre suicidios en lugares destacados y no repetirlas innecesariamente
  • No usar lenguaje sensacionalista o que presente el suicidio como solución a los problemas
  • Evitar describir los métodos utilizados
  • Omitir detalles sobre el lugar de los hechos
  • Prescindir de fotografías de los hechos, extractos de video o enlazar las redes sociales de las personas afectadas
  • Proporcionar información precisa sobre dónde buscar ayuda
  • Concienciar sobre el suicidio y su prevención de forma veraz, sin difundir mitos
  • Informar sobre cómo hacer frente a factores estresantes y a la propia ideación suicida, y sobre alternativas de apoyo y acompañamiento
  • Prestar especial atención al informar sobre suicidios de celebridades
  • Tener especial cuidado al entrevistar a vínculos afectivos y familiares
  • Reconocer la dificultad en los propios profesionales de comunicación que también pueden verse afectados al informar sobre suicidios.

Aunque supongan pasos adelante, en estas propuestas seguimos viendo limitaciones y carencias, sobre todo al comprobar su aplicación en la práctica. Dos de ellas me parecen especialmente importantes: la primera es seguir asumiendo que la experticia sobre el suicidio está en las manos de profesionales de salud mental (en general, asumir que los expertos -el masculino tampoco es casual- deben llegar a serlo exclusivamente por formación académica o experiencia profesional, dejando de lado la experiencia vivencial, me parece problemático más allá de este tema -y también clasista, elitista, reduccionista y más “istas” problemáticos en sí mismos). Esta asunción borra la voz de las personas que conviven en su día a día con ideaciones suicidas; y, más peligroso, nos impide colectivizar sus saberes y estrategias, mirar lo que señalan como obstáculos añadidos en sus procesos; nos roba la posibilidad de aprender de y con ellas y de construir juntas otro mundo que no expulse a tantas personas como este. Hoy que además, afortunadamente, se multiplican los colectivos de activismo loco y apoyo mutuo en salud mental desde esa experiencia propia, encarnada en primera persona, seguir pretendiendo construir en salud mental sin sus voces y saberes es no solo un olvido indefendible sino una irresponsabilidad sanitaria, social y política.

En segundo lugar, hay un problema en la repetición del mensaje “pide ayuda profesional”. En nuestro territorio se ha presentado como logro sin matices el establecimiento de líneas  telefónicas de ayuda como el 024. Sin embargo, mientras no se garantice que esas llamadas no implicarán una intervención no deseada, por ejemplo, dando aviso a emergencias sanitarias sin nuestro consentimiento, seguirán siendo un recurso que muchas de nosotras nunca podremos utilizar. Demasiado bien conocemos las violencias que desata la intervención de emergencias en una situación que consideren de riesgo. Es precisamente esa la razón por la que, ante el desborde de nuestras ideas suicidas, tampoco acudir a Urgencias es ya opción para muchas que hemos vivido cómo tras ir allí por nuestro propio pie hemos acabado atadas en un box, encerradas y aisladas en psiquiatría por tiempo indefinido, medicadas de forma forzosa, sin poder comunicarnos con nuestros vínculos y a menudo sin dejarnos siquiera contactar con la defensa legal a la que tenemos derecho reconocido en esas situaciones.

Países con más recorrido que el nuestro en estas líneas telefónicas estatales de atención al suicidio ya han documentado ampliamente el impacto negativo de las medidas no consensuadas como resultado de las llamadas efectuadas. Hay colectivos organizándose para reclamar líneas seguras que no conlleven esos riesgos añadidos que se convierten en nuevos obstáculos para mantener a salvo nuestro vínculo vital. Estos mismos colectivos ponen en marcha dichos servicios de atención telefónica, hacen formaciones y desarrollan materiales sobre cómo acompañar en situaciones de crisis en salud mental, de forma que sea a nuestro entorno a quienes acudamos ante esos desbordes, y sea en nuestra comunidad donde recibamos los apoyos que podamos necesitar. En esto último venimos trabajando también desde distintos colectivos de activismos locos y feministas en nuestro territorio.

Más allá del suicidio: otras cuestiones para la reflexión compartida
Más allá del suicidio, hay otros temas en relación con la información sobre salud mental en medios. Algunos deberían estar superados, aunque los informes del Observatorio de medios y salud mental de entidades como Obertament recuerdan que queda mucho camino por recorrer. Siguen pendientes de incorporarse con carácter general recomendaciones básicas como no incrementar el falso mito que asocia tener problemas de salud mental con ejercer violencia cuando los datos reales lo desmienten (en lo que sí destacamos las personas con diagnóstico psiquiátrico es en recibir más violencia que la media, no en ejercerla); o no usar palabras del ámbito de la salud mental y sus diagnósticos para adjetivar situaciones o actitudes que nada tienen que ver con salud mental, reforzando ideas negativas asociadas a diagnósticos psiquiátricos y al concepto de locura en sí.

Otras recomendaciones presentes en muchas de las guías para profesionales de comunicación que se vienen editando tanto desde las administraciones como desde asociaciones de familiares chocan con demandas y reivindicaciones de colectivos en primera persona, tanto en el ámbito de la salud mental como en el de la discapacidad. Una recomendación habitual es eliminar de los contenidos informativos palabras como manicomio, psiquiátrico, reclusión, encierro (en cuanto a discapacidad, recuerdan que el término correcto es persona con discapacidad, rechazando el uso de diversidad funcional o persona discapacitada). La primera recomendación es problemática porque oculta realidades violentas que vivimos las personas psiquiatrizadas (como son los encierros, reclusiones y torturas), cuando lo urgente es acabar con la existencia de dichas violencias, no negar que existan. Dejar de usar términos como manicomio o psiquiátrico no borra la realidad de que en nuestro territorio perviven muchos de los mismos manicomios que la Reforma psiquiátrica de los años 80 dijo haber cerrado, cuando en muchos casos se limitó a cambiar el cartel de la puerta por otro que pusiera “unidad de larga estancia”, manteniendo dentro las mismas pacientes, profesionales y prácticas manicomiales. Para acabar con el estigma en salud mental no podemos crear un nuevo tabú sobre las muy reales violencias del sistema psiquiátrico, acallándolas y silenciándolas.

La segunda recomendación oficial sobre el lenguaje “adecuado” en torno a la discapacidad choca también con reivindicaciones de colectivos que reclaman para sí el Orgullo Disca y la capacidad de decidir cómo queremos definirnos, y que crean materiales y prácticas anticapacitistas desde su discurso y actos cotidianos, reivindicando la ternura radical o la celebración de la siesta, el descanso y el apoyo mutuo como resistencias y disfrutes compartidos (recomiendo leer y aprender al respecto con Itxi Guerra, entre otros nombres y colectivos a quienes seguir).

Las recomendaciones de estos manuales (como los reportajes que encontramos habitualmente en medios de comunicación) evitan, por otro lado, tocar problemas de fondo: el cuestionamiento de las propias categorías diagnósticas, la iatrogenia del sistema de atención más allá de las situaciones violentas señaladas, el cambio de paradigma imprescindible si queremos acompañar y dar herramientas ante el sufrimiento psíquico, las carencias del modelo biomédico… Incluso cuando se empieza tímidamente a hablar de los condicionantes sociales que afectan al sufrimiento psíquico, casi siempre se establece una frontera entre depresiones, ansiedades, trastornos de alimentación y del comportamiento, y, de otro lado, esquizofrenias, delirios y psicosis, entre otras etiquetas. Relacionar las primeras con el contexto socioeconómico y vital pero seguir ubicando las segundas en el cerebro y los genes, pretendiendo aislarlas así de las condiciones de vida y de las violencias en las biografías de quienes son etiquetadas bajo esas categorías diagnósticas, perpetúa mitos clínicos dañinos, miedos infundados que han justificado eugenesias y, en última instancia, seguir funcionando bajo un “ellos, los locos” que deshumaniza al otro, difumina la responsabilidad social de haber hecho un mundo que rompe y enloquece e imposibilita pensar en soluciones colectivas arraigadas en lo político como medida de salud pública. Visibilizar el sufrimiento psíquico en aras de acabar con silenciamientos y tabús no puede pasar por la legitimación del modelo biomédico de construcción psicopatológica, sino que debe sumarse a un cuestionamiento de las etiquetas diagnósticas y a un señalamiento del sufrimiento que estas, en sí mismas, pueden crear. Asimismo, hace falta problematizar un sistema, como el escolar o el laboral, que exige determinados diagnósticos para facilitar adaptaciones porque no las realiza según las necesidades reales sino según los diagnósticos psiquiátricos asociados.

Del tabú del silencio a la responsabilidad del cuidado

Como decía al inicio, creo que parte de los aprendizajes en este camino del tabú del silencio a la responsabilidad del cuidado, están por construir colectivamente, y este texto pretende sumar los granitos de arena que pueda en esa construcción y reflexión compartida. Hay mucho más por abordar, desde luego. No he hablado sobre el papel de los trigger warnings o advertencias de contenido que empiezan a incluir algunos medios en sus informaciones, y cómo pueden ayudar a la hora de comunicar de forma cuidadosa sobre estos temas. Silvia Limiñana es compañere de activismos que, ante la reciente publicación por parte de distintos medios de comunicación de datos sobre el aumento de suicidios casi a modo de clickbaiting en sus redes sociales, recordaba la necesidad de cuidados -en lo concreto, no en abstracto- al compartir estas informaciones. “Me he enfrentado a muchas situaciones en las que se aboga por ‘los cuidados primero’ pero luego son incapaces de tomar medidas concretas en este sentido. Uno de estos temas es la comunicación en redes sociales, ¿cómo se introduce una información? Es especialmente importante cuando se trata de temas sensibles como el suicidio. No es necesario escribir el propio aviso de contenido, simplemente con un ‘los datos actuales sobre suicidio’ ya se advierte de qué va el tema y qué vas encontrar. No es una manera de paternalismo porque la información está ahí; al contrario, es conocer a tu lectore, tomarle en serio y no verle como un simple like más, porque no siempre se está preparade para enfrentarse a temas que pueden ser  traumáticos”. No estaríamos hablando, por tanto, de “edulcorar la información, sino simplemente presentarla con cuidados”, resume.

Con esta aportación termino este acercamiento a posibles aprendizajes a incorporar a la hora de informar sobre salud mental. Espero, si no dar respuestas, poder abrir caminos que merece la pena explorar, junto con esas otras ideas que me acompañan siempre: la importancia de la escucha y de trabajar activamente para mantener una perspectiva crítica abierta al aprendizaje y mejora de nuestras prácticas desde la construcción, reflexión y acción colectiva. Seguimos en ello, ojalá disfrutando a ratos del viaje que compartimos en este inventar, juntas y en red, futuros más habitables.


Marta Plaza - Superviviente el 95% de las veces. Desde que me desmedicalicé, monoloquista en ciernes (a los muchachos de la RAE: está escrito así aposta). Casi siempre feminista como sé, puedo y aprendo. Prácticamente nunca productiva como entiende el capitalismo. Activista loca y de lo que me llene, con reincidencia y alevosía. Jamás y en ningún caso practicante de yoga. Interdependiente, vulnerable y a la vez sostén propio y para otras según mi necesidad y capacidad variable. Quincemayista desde bastante antes de que en 2011 descubriéramos la palabra, y ojalá mientras dure la música. Desde hace demasiado poco amiga y amante de desetiquetarnos o al menos embarullar las etiquetas y que no sea tan grave. Aproximadamente los últimos diez minutos, escritora en voz muy bajita. Ah, y en @Gacela1980 desde no recuerdo cuándo, pero Twitter seguramente lo sepa.



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