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Anti-Capitalismo
Hacia la nueva década: de derechos a privilegios
La Marea
2020-01-05
Por Patricia Simón


Manifestantes de las protestas de Hong Kong han usado rayos láser para evitar ser identificados por los sistemas de reconocimiento facial de China. Athit Perawongmetha / Reuters

Vivimos un periodo de transición política en cuyos extremos se vislumbran el surgimiento de regímenes ecofascistas y proyectos de resistencias ciudadanas ecofeministas.

Publicamos un extracto del dossier ‘El futuro ya está aquí’ de #LaMarea74: (enero-febrero de 2020). A la venta aquí.

«Hoy voy a hacer algo irreparable. Si estoy apuntando al edificio de Crous en Lyon, no es por azar. Señalo un lugar público, el Ministerio de Educación Superior y, por tanto, al Gobierno. Acuso a Macron, Hollande, Sarkozy y a la Unión Europea de matarme al crear incertidumbre sobre el futuro de todos/as; acuso también a Le Pen y a los editorialistas de haber creado miedos más que secundarios”. El 8 de noviembre de 2019, Anas K., 22 años, se quemó a lo bonzo tras perder la beca de 450 euros con la que estudiaba Ciencias Políticas en Lyon, Francia. Hasta que se quedó sin la ayuda, vivía en un edificio infecto “con cucarachas, chinches y humedad”, según contó uno de sus compañeros a Le Parisien.

Anas K. permanecía en coma inducido al cierre de esta edición. Su inmolación obligó a mirar de frente los resultados de las profundas reformas políticas del presidente Emmanuel Macron: #laprecaritétue (la precariedad mata, en español), denunciaba el hashtag que lanzaron otros estudiantes para protestar y a través del cual empezaron a narrar sus penurias, que a menudo ocultaban incluso a sus familias. Según un estudio del Sindicato Nacional de Estudiantes de Francia, uno de cada cinco universitarios vivía por debajo del umbral de la pobreza en 2017. En su último estudio, el Observatorio de la Vida Estudiantil, dependiente del Ministerio de Educación, reveló que tienen más pensamientos suicidas que la media de la población. Cuando acaban de formarse, se encuentran una tasa de desempleo juvenil de un 20%.


Protesta estudiantil en Toulouse tras la inmolación de un estudiante en Lyon. (Patrick Batard /Reuters)

Nos falta un año para despedir la segunda década del siglo XXI y las revueltas populares se suceden más que nunca en nuestra historia reciente. Intentamos adivinar qué nos deparará 2020 y los años sucesivos, hacemos planes, predicciones. Pero, como en la mítica escena de Blade Runner, tan recordada el pasado noviembre, el futuro ya está aquí. En España, la tasa de temporalidad entre las personas menores de 25 años es de un 33%, la segunda mayor europea, solo por detrás de Grecia. La temporalidad, de un 71%, el doble de la media de la UE. Alquilar una vivienda les absorbería un 94% de su salario, por lo que el 60% de la juventud menor de 30 y el 30% de las que aún no han cumplido los 34, sigue viviendo con sus progenitores, la cifra más alta desde 2006, cuando el Consejo de la Juventud empezó a elaborar esta estadística. El ascensor social se ha roto y la angustia por la falta de perspectivas está entre las razones que explican que uno de cada cinco menores de 29 años haya sufrido o esté sufriendo una depresión, según un estudio de 2018 de la Federación de Ayuda a la Drogadicción y la Fundación Mutua Madrileña.

“Francia lleva años sufriendo un proceso de chilenización. Lo que en Chile están intentando revertir las protestas, es hacia lo que se dirige el país galo”, sostiene Claudio Pulgar-Pinaud, arquitecto urbanista con nacionalidad de ambos países, que acaba de terminar su tesis doctoral sobre la transformación urbanística chilena por las políticas neoliberales y que desde hace un año participa del movimiento de los denominados chalecos amarillos. Los economistas de la Escuela de Chicago convirtieron la dictadura pinochetista en el laboratorio del neoliberalismo entre 1972 y 1981 a través de lo que Naomi Klein denominó la Teoría del shock: una transformación total de todas las áreas de la vida. Porque, según el urbanista, “el neoliberalismo es un modelo económico, pero también de gobernabilidad y de subjetividad, que es lo más profundo y menos visible. Y eso era lo que más nos angustiaba al movimiento estudiantil chileno: que se había convertido en natural que hubiera que pagar si no querías morir en una lista de espera, o endeudarse 50 años para tener una casa. Hasta que llega la crisis de finales de los 90 y la gente se da cuenta de que todo había sido una ficción. Y empieza el ciclo de protestas que ha desembocado en la actual”.

El modelo chileno se exportó y tuneó a lo largo del mundo a partir de la década de los 80, por eso resulta tan pertinente el análisis comparativo que realiza Pulgar-Pinaud entre Chile y Francia, paradigma del Estado moderno liberal, en un contexto de masivas revueltas ciudadanas que, con notables diferencias, en muchos casos tienen en común una crisis del sistema de representación liberal, el desbocado crecimiento de la desigualdad –mayor que el de la pobreza en los países enriquecidos– y la pérdida de legitimidad de las élites políticas entre su población.

Pulgar-Pinaud identifica tres reformas políticas aprobadas en los últimos tres años por Macron como detonante de la incendiaria situación que vive la república gala en los últimos meses. Guardan importantes similitudes con el proceso que vivió Chile, pero también con el desmantelamiento del Estado del bienestar que viven los países occidentales. La primera, la reforma laboral en 2016, que suprimió insignes conquistas de la clase trabajadora y que ante la contundente oposición en las calles y en la Asamblea Nacional, fue aprobada por decreto cuando Macron era ministro de Economía del presidente socialista Hollande. “En la dictadura chilena, se podía instalar el modelo sin oposición alguna. En democracias como la francesa, este neoliberalismo funciona con represión y esquivando las instituciones democráticas empleando recursos como el decreto”. Ese fue precisamente el mecanismo que empleó el gobierno del Partido Popular para aprobarla cuatro años antes en España, en febrero de 2012. Cuatro meses después, se convertiría en ley gracias a los votos a favor en el Parlamento de CiU, UPN y Foro Asturiano. En la rueda de prensa que dieron el pasado 12 de noviembre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para anunciar un preacuerdo de gobierno de coalición, no se mencionó su derogación, una de sus promesas electorales más recurrentes.

La segunda reforma del gobierno de Macron destacada por Pulgar-Pinaud es la de la universidad pública en 2017 –»muy similar a la chilena: se plantea que tienen que autofinanciarse»–, por la que recortan sustancialmente las becas y suben las tasas, empezando por los estudiantes no comunitarios, que han pasado de pagar unos 400 euros anuales como máximo a 4.000 y hasta 6.000. De nuevo, el gobierno de Rajoy se adelantó, esta vez cinco años. En 2012, la ley Wert encareció las tasas universitarias una media de un 32% y un 75% de los másteres. Desde entonces, las cuantías de las becas se han reducido un 20% de media y casi un 50% para las familias con rentas más pobres. La educación universitaria, que nunca llegó a ser universal en España, está ahora más restringida que nunca para la clase baja y media.

Por último, el Ejecutivo de Macron, que tan bien representa el surgimiento de hiperliderazgos apartidistas al que estamos asistiendo en los últimos tiempos, anunció en julio de 2019 una reforma del sistema público de pensiones. Pulgar-Pinaud recuerda sus semejanzas con la que hizo Pinochet en Chile: “Pasa de ser un modelo solidario –en el que unas generaciones pagan a las siguientes–, a uno individual, en el que cada uno capitaliza su jubilación”. En España, es una cuestión que sobrevuela el debate político y que si no ha terminado de aterrizar ha sido gracias a las manifestaciones semanales que desde hace un año protagoniza el movimiento de pensionistas. En Francia ha sido precisamente este anuncio de la reforma de las pensiones lo que ha terminado de aglutinar las distintas protestas sociales que llevan sucediéndose durante el último año por los recortes en los servicios públicos: el personal sanitario, los bomberos, el profesorado de primaria –la directora de un centro se suicidó en octubre de este año, según la carta que dejó, por el agotamiento de intentar hacer bien su trabajo sin los medios necesarios–. Colectivos que se fundieron simbólicamente en la huelga y en la manifestación del pasado 5 de diciembre, que reunió a prácticamente todos los frentes de descontento social, incluidos los chalecos amarillos, el movimiento que ha roto con el tradicional eje de izquierda y derecha, y que ha pasado de levantarse contra un aumento de los impuestos del diésel a anunciar que dedicarán su cuarta asamblea nacional a debatir sobre el capitalismo y el neoliberalismo.

Este cuestionamiento que con las numerosas revueltas que se suceden en los distintos continentes, regímenes políticos y protagonizadas por diferentes clases sociales se ha convertido en el pistoletazo de salida de la década que inauguraremos en 2021, en la que la ciudadanía contempla cómo los consensos sociales básicos son desmontados por sus gobernantes, cómo los derechos se convierten en privilegios. Pero también, como apunta el sociólogo Marcelo Miño, miembro de la Asamblea de chilenos en París, detrás de este malestar “hay una cuestión moral, que no tiene tanto que ver con lo material o los abusos, sino con la falta de respeto. La gente lleva mucho tiempo aguantando y ya no puede más. «.

Clases medias, clases bajas

El informe de 2019 de la OCDE alertaba del grave adelagazamiento que viven las 36 naciones que la integran –las más ricas del mundo–, de sus clases medias, aquellas que ingresan entre un 75% y un 200% de la media de los ingresos de su población. El 70% de los baby boomers, los nacidos en los 70, pertenecía a este estamento, frente al 60% de los menores de 40 años. Uno de cada seis trabajadores de este grupo tiene un trabajo con alto riesgo de ser automatizado –en las clases altas, es solo de uno de cada diez–. De perderlos, tendrían graves riesgos de caer en la pobreza, máxime cuando el 20% de sus hogares gasta más de lo que gana, un sobreendeudamiento creciente en los últimos años por el que cualquier imprevisto puede desembocar en la ruina, según la misma investigación.

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Contenido Original por La Marea